Antecedentes de la actual economía japonesa

Debemos remontarnos a los años sesenta, pero sobre todo a los setenta y comienzo de los ochenta del pasado siglo XX. Yo no sé si ustedes son conscientes (yo desde luego sí porque lo viví en primera persona durante mis estudios de dirección de empresas en la Universidad de Stanford) de como, durante esos años y aunque hoy parezca sorprendente, la economía japonesa era una de las más envidiadas y admiradas del mundo. En todas las escuelas de negocios se estudiaba con fruición el supuesto “milagro económico japonés”. Se alababa y se llegaba incluso a adorar la cultura empresarial y económica japonesa que, de alguna manera, parecía que había sido capaz de alcanzar la cuadratura del círculo. Por un lado, una protección intensa al trabajador dentro de cada empresa, en un entorno cuasi familiar y a cambio de una lealtad recíproca y absoluta por parte de cada empleado. Todo ello en un entorno de constante innovación y crecimiento económico y continuo de las exportaciones. Es cierto que el modelo se basaba mucho en copiar las innovaciones y descubrimientos previamente introducidos en Estados Unidos y Europa, para luego lanzarlos al mercado a precios mucho más baratos y con un nivel al principio muy aceptable, y después incluso muy elevado, de calidad. Y sin embargo, este modelo idealizado, al que todos quisieron aproximarse durante esas décadas, era en gran medida un espejismo. Ocultaba que tanto la cultura como especialmente la economía japonesa eran (y siguen siendo) enormemente rígidas e intervencionistas, y que lo que durante esos años parecía una economía muy próspera y de gran estabilidad económica, en realidad se basaba en una burbuja inmensa de crecimiento artificial, manipulación monetaria y expansión crediticia. La burbuja se aglutinó sobre todo en torno al mercado inmobiliario, llegando a cotizarse incluso por centímetro cuadrado y en miles de yenes los precios de las zonas más valoradas de Tokyo y de otras ciudades importantes de Japón. Y en ese entorno de euforia o borrachera especulativa, los grandes grupos industriales japoneses (Zaibatsus) se convirtieron de facto en entidades financieras y especulativas, cuyas actividades secundarias en términos relativos eran la fabricación de vehículos, de aparatos electrónicos, etc., etc. Pues bien, a comienzos de los años noventa, explota la burbuja japonesa en perfecta consonancia con lo indicado por nuestra teoría austriaca del ciclo económico. Para que se hagan una idea, el índice Nikkei de la bolsa de Japón, cayó de los treinta mil yenes a comienzos de los años noventa a doce mil yenes, diez años después. Y todavía hoy, casi treinta años después, aún no ha logrado recuperarse. Se produjo, por tanto, un derrumbamiento catastrófico de la bolsa, además de una serie de quiebras en cascada de grandes bancos e instituciones financieras.

Lo importante que debemos analizar es cómo reaccionaron las autoridades económicas y financieras japonesas ante el estallido de la burbuja y el advenimiento de la crisis financiera. Pero previamente debemos recordar cuales son los cuatro posibles escenarios que pueden darse tras el estallido de una burbuja financiera de “exuberancia” irracional como esta del Japón que estamos analizando.