El análisis de la Escuela Austriaca sobre el síndrome de japonización económica

El gran mensaje, en términos muy resumidos, del instrumental analítico elaborado por los teóricos de la escuela austriaca es que la única manera de recuperar una prosperidad económica sostenible, después de una burbuja especulativa y de expansión crediticia (que ineludiblemente y como ya sabemos siempre termina con una crisis financiera y recesión económica) consiste en impulsar la liberalización económica y la libertad de empresa, a todos los niveles. No hay otra salida.

Esto exige que en aquellas economías más rígidas se lleve a cabo con carácter imprescindible una serie de determinadas reformas estructurales. Básicamente todas ellas son reformas “micro” y ninguna de ellas se refiere a manipulaciones “macro” monetarias y de gasto fiscal, que encarnan la gran tentación en la que siempre caen políticos y autoridades monetarias en entornos de gran rigidez institucional,  crisis financiera y recesión económica. En concreto, ¿en qué consisten estas reformas micro que hay que impulsar? Básicamente, consisten en desregular de forma sistemática la economía; liberalizar los mercados y sobre todo el mercado laboral (clave en el caso de Japón y de la Unión Europea); reducir y sanear el sector y gasto público; reducir al máximo las subvenciones, reformando el “estado del bienestar” para devolver su responsabilidad a los ciudadanos; y reducir los impuestos que pesan como una losa sobre los agentes económicos y sobre todo los impuestos que giran sobre los beneficios empresariales y la acumulación de capital.

Hay que recordar que los beneficios son las señales que en el mercado guían a los empresarios en su continua búsqueda de inversiones sostenibles. Y un sistema impositivo que recaiga sobre los beneficios equivale a emborronar las señales de tráfico que nos guían en el mercado y esto genera ineludiblemente un caos de cálculo económico y una mala asignación de los recursos escasos. Por su parte, los impuestos sobre el capital perjudican especialmente a los asalariados y, sobre todo, a los más vulnerables, pues su remuneración depende de su productividad, que a su vez es el resultado del volumen acumulado de capital bien invertido por trabajador. Por tanto, para impulsar el desarrollo económico y que crezcan los salarios es necesario que se acumule per cápita un volumen cada vez mayor de bienes de equipo bien invertidos. Si se persigue al capitalista y se grava el capital, se bloquea la acumulación de capital en detrimento de la productividad laboral y, en última instancia, de los salarios.

Todas las reformas mencionadas están orientadas a impulsar la eficiencia dinámica de nuestras economías y a facilitar un contexto en el que rápidamente se recupere la confianza empresarial y se puedan detectar los errores de inversión cometidos en la etapa de la burbuja y trasladar masivamente los factores de producción erróneamente invertidos hacia proyectos de inversión sostenibles. Y desde luego que estos nuevos proyectos de inversión sostenibles no los van a descubrir ni el Estado, ni los ministerios, ni sus funcionarios ni expertos, sino tan solo un ejército de empresarios motivados en un entorno donde hayan recobrado la confianza. Se requiere, por tanto, un entorno amigable (friendly) al mundo de la empresa y de la economía libre, en el que los impuestos sean reducidos y nunca expropiatorios y en el que a los empresarios les merezca la pena asumir la incertidumbre que supone la continua búsqueda y emprendimiento de proyectos de inversión rentables.

Ahora bien, ¿qué sucede si en vez de impulsar estas reformas estructurales no se lleva a cabo ninguna de ellas, la economía no sale de su rigidez y tan solo se reacciona, como hemos visto que sucedió en el caso de Japón, con una inyección masiva de oferta monetaria, reducción a cero de los tipos de interés e incremento del gasto público? En este caso se producen dos efectos muy importantes: en primer lugar, la política monetaria ultra laxa es auto frustrante, es decir, se frustra ella misma y, por lo tanto, no es capaz de lograr ninguno de los objetivos esperados (y ello por las razones que veremos enseguida). En segundo lugar, la política monetaria ultra laxa actúa como una verdadera droga que bloquea cualquier incentivo político e institucional que pudiera existir para iniciar, impulsar y culminar las reformas estructurales que se precisan. Estos son los dos efectos más importantes: la política monetaria ultra laxa se auto frustra y no logra sus objetivos y, por otro lado, casi automáticamente bloquea cualquier incentivo para hacer reformas estructurales en la buena dirección. Y esto, y como vamos a ver, nos toca ya muy de cerca a nosotros en Europa, especialmente si recordamos la política monetaria que ha llevado a cabo el Banco Central Europeo.

Son diversas las razones que explican por qué una política monetaria ultra laxa se auto frustra: en primer lugar, porque si prácticamente se fuerza la reducción a cero del tipo de interés el coste de oportunidad de mantener saldos de tesorería prácticamente se elimina. Es decir, en una economía normal en la que los tipos de interés están entre el 2 y el 4%, mantener dinero en efectivo tiene ese coste de oportunidad. Si no inviertes el dinero, estás dejando de percibir ese tipo de interés. Si resulta que el interés artificialmente se reduce a cero por los bancos centrales, el coste de mantener ese dinero en efectivo en el bolsillo es cero en términos de interés. Esto explica por qué a la política monetaria ultra laxa siempre le acompaña un crecimiento pari passu en la demanda de dinero. Es decir, la gente se guarda en su bolsillo gran parte del dinero inyectado. Sobre todo, si como sucede en nuestro entorno, no se llevan a cabo reformas estructurales, la economía se mantiene muy rígida y se consolida un alto grado de incertidumbre sobre lo que pasará en el futuro.  Y es que una de las principales razones para mantener en efectivo saldos de tesorería es precisamente tener la posibilidad de poder hacer frente y reaccionar ante cualquier evento imprevisto que se produzca. Poder hacer frente a las incertidumbres del futuro es una de las principales razones por las que demandamos dinero. Y en esas circunstancias de gran incertidumbre y de economía rígida, muy intervenida, inundada de inyección monetaria y con coste de oportunidad cero de mantener saldos de tesorería, lo más  sensato es, sin duda alguna, mantenerse en liquidez.

A esto hay que añadir que son mayoría los empresarios que todavía están escaldados y temerosos por lo que sucedió en la anterior crisis financiera y económica, en la que perdieron muchísimo, y constatan que la economía sigue estando muy intervenida, que prácticamente no se puede dar un paso sin pedir permiso a las autoridades, que todo son dificultades laborales y burocráticas, etc, etc. Y además son plenamente conscientes de que si, a pesar de todo, aciertan y tienen éxito, va a resultar que el Estado les va a quitar más de la mitad  de los beneficios que ganen entre unos y otros impuestos (sociedades, renta y patrimonio). En estas circunstancias se comprende que la gran tentación de los empresarios sea no meterse en líos y tirar la toalla. (“¡Que invierta su puta madre!” como tan gráficamente se puede leer en la camiseta que idearon mis alumnos y distribuyen con tanto éxito en el campus de la universidad)

Hay que tener en cuenta que todas las acciones económicas son incrementales y que en el margen muchos miles de iniciativas que se hubieran tomado de búsqueda y emprendimiento de proyectos empresariales sostenibles en la buena dirección, no se toman ni se llevan a cabo. Y esto explica la diferencia que existe entre una economía que empieza a recuperarse de manera sostenible, aunque sea a trancas y barrancas, como es la de Estados Unidos o una economía que se mantiene indefinidamente en atonía o recesión como puede ser el caso de Japón.

Pero los bancos centrales nos venden la idea de que la solución está en inyectar masivamente dinero y reducir  a cero los tipos de interés para que la banca conceda préstamos (viables eso si) y la gente se anime a pedirlos. Y para que los bancos no se equivoquen y presten bien (no a quien no deben) se establecen todo tipo de cautelas, controles y nuevas regulaciones bancarias (Basilea I, II, III), más y más capital, etc. Y al final, ¿qué es lo que sucede? Pues que la banca no es capaz de prestar el dinero que prácticamente se le regala porque de manera agregada los empresarios de a pie siguen escaldados en un entorno de gran incertidumbre y desconfianza y, por tanto, devolviendo sus préstamos antiguos todavía a un ritmo más rápido que el de petición de nuevos créditos, por lo que se produce otro fenómeno adicional de contracción monetaria que bloquea, compensa y esteriliza en gran medida los efectos esperados de la inyección monetaria.

Por tanto, la inyección monetaria es auto frustrante, no consigue ninguno de sus objetivos, bloquea y paraliza la recuperación y nunca aumenta la prosperidad.

Y en esta situación llegamos a la máxima aberración: el tipo interés negativo. En un entorno natural de economía de mercado no intervenida los tipos de interés nunca pueden ser negativos. Y es que si el tipo de interés fuera negativo, es decir, si, por ejemplo, yo le presto mil euros y usted dentro de un año solo me tiene que devolver 990, obviamente esto a lo que induce es a no hacer nada y a no invertir: incentiva a dejar el dinero en el bolsillo y a pagar dentro de un año 990 euros redondos ganando 10 sin hacer nada y sin tener que asumir ningún riesgo empresarial ni tener que soportar la persecución e incomprensión de los burócratas. Porque si como empresario me meto en líos, invierto y me va mal a lo mejor ni siquiera  puedo devolver los 990, y si gano algo me van a quitar la mitad, me van a perseguir los funcionarios, y los sindicatos me van a hacer la vida imposible. Por el contrario con tipos de interés negativos, lo mejor es pedir préstamos ilimitadamente, sentarse encima de ellos y no hacer nada, para luego devolver menos y quedarse con la diferencia y así obtener un beneficio seguro sin asumir ningún riesgo. Por tanto, en términos conceptuales, el tipo de interés negativo lleva directamente a no hacer nada, a la atonía y a la japonización.

Pero es que, además, esta política monetaria aberrante de tipos de interés negativos tiene otro efecto colateral muy pernicioso: y es que se utiliza para financiar sin coste el déficit público de manera automática e ilimitada bloqueando así los pocos incentivos que pudieran quedar para que los gobiernos realicen alguna reforma estructural. Por el contrario, lo que se incentiva es a incrementar las políticas de subvenciones y compra de votos que hunden inexorablemente en la demagogia y el populismo a nuestras sociedades. Así tenemos la ilustración clarísima de como en nuestro propio país España, así como en el resto de Europa, prácticamente el mismo día en que se inició el cuantitative easing por parte del Banco Central Europeo en 2015, se paralizaron todas las reformas. Y aquellos países que más las necesitaban, estaban a punto de iniciarlas y aún no las habían emprendido, las dejaron aparcadas indefinidamente. Por tanto, las políticas de manipulación monetaria no logran ninguno de sus objetivos, son auto frustrantes y además bloquean lo único que puede sacar al país de la atonía: las necesarias reformas estructurales y de liberalización económica.

Y finalmente la puntilla. Atónitos y desconcertados  los Bancos Centrales constatan que no logran ninguno de sus objetivos, salvo convertir sus economías en drogo dependientes, de manera que a la mínima que se anuncia que se van a retirar los estímulos, éstas entran en recesión. Y sin posibilidad de salir de este círculo vicioso, que se han creado ellos mismos, solo se les ocurre aconsejar el inicio de una política fiscal de incremento muy enérgico del gasto público, lo cual es todavía es peor, porque distorsiona aún más la economía real al situar un número creciente de factores de producción en proyectos dependientes del gobierno que no tienen más sostenibilidad que su mera decisión política. Así, por ejemplo, en España el empleo sobre todo ha crecido gracias al sector público, y a proyectos relacionados con él (en el caso de Japón, por ejemplo, derivados de los juegos olímpicos del año 2020). Pero el volumen creciente de empleo público no es sostenible, y su mantenimiento no está respaldado por los consumidores y solo dependerá de que los políticos decidan mantener o no ese gasto el día de mañana. Y de nuevo estas políticas fiscales abonan el campo aun más si cabe, para que se desarrolle la enfermedad nipona, la enfermedad de japonización de la economía.